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Damos las gracias a nuestra compañera de estudios Karemi Rodríguez Batista por compartir con todos nosotros esta breve y bien escrito articulo que nos puede servir como primero aproximación a la perfilación criminal de este caso que tan gran impacto social esta teniendo.
Los padres que matan a sus hijos suelen actuar por dos motivos básicos. El primero es de carácter instrumental: la muerte de los niños es la expresión de una venganza; los niños se vuelven un ariete para urdir un plan calculado para hacer daño a la persona objetivo de ese encono, generalmente una mujer, que es la madre de esos hijos. Es posible que si se confirma la identidad de los restos hallados en el caso de Córdoba, nos encontremos en este caso. Otras veces los hijos son más bien un estorbo, un grave inconveniente para el tipo de vida que desea vivir quien los mata, y entonces se acaba con ellos para vivir más libremente, quizás con una nueva pareja que no los quería tener a su cargo. 
El primer caso se da mucho más en los hombres que en las mujeres, mientras que en el segundo tipo aparecen más mujeres, aunque no está claro si superan en número a las mujeres. También algunas mujeres matan a sus hijos para captar el interés de un hombre sobre el que ya perdía su relación, como la célebre asesina de Santomera. 
Salvo los casos comprobados de enfermedad mental, hallamos generalmente patrones de personalidad narcisistas, una fuerte ausencia de empatía y de falta de un proyecto vital definido, existiendo incluso auténticos psicópatas entre los autores de estos delitos. En cuanto a las mujeres que actúan por miedo a perder una vida que anhelan, junto a lo anterior podríamos también definir un perfil con una grave dependencia emocional y un desequilibrio notable en el manejo de las tensiones diarias. 
En el caso de Córdoba la planificación de los delitos es un elemento muy a tener en cuenta. Si se confirma la autoría del acusado este habría puesto fin al desprecio de su expareja con el acto último y más decisivo: matar a dos niños pequeños, sus hijos. Frente a esa realidad el sujeto tiene un gran control en los efectos emocionales del hecho, y su capacidad de concentrarse en sus necesidades y motivos sirve para despejar todo sentimiento de culpa. Es obvio que aquí el diagnóstico de psicopatía debe tenerse en cuenta y, desde luego, el de trastorno narcisista de la personalidad. 
En ocasiones el parricida acaba también con su vida. Combinan su desesperación y odio hacia la pareja o expareja con la conciencia de que después de un acto así no serán capaces de hacer frente a los hechos. Cuando la muerte es premeditada y cuidada para que incluso las pruebas ante la ley no puedan condenarle, el odio es muy superior a otra cosa, y la desesperación no afecta al núcleo de la vida del asesino, sino que este la proyecta de forma hostil para acabar con la vida (física y metafóricamente) de las víctimas de ese odio.